lunes, 2 de abril de 2012

Si supieras mi historia, palabra por palabra...

¿Podríamos vivir sin secretos? ¿Dejando que todos supieran todo de nosotros? ¿Sabiendo todo de ellos? Se habla de la sinceridad, pero no sabemos manejarla. Tendemos a hacer nuestros propios juicios aunque no haya nada que desmenuzar. Aún cuando nos abrimos a alguien lo hacemos con cuidado, sólo mostrando aquello que no puede cambiar. Un comentario que no esté perfectamente formulado y ya son mil caminos los que puede tomar.

Por una parte, estaría bien. Todo adquiriría una mayor velocidad. Las amistades se harían más fuertes o se destruirían en menor tiempo. La ayuda llegaría antes. El consuelo también. ¿Y si terminásemos teniendo el doble de experiencias? Más historias y menos memoria. ¿Sería eso tener más vida?

Por otra parte, guardar un poquito de lo que somos no tendría que ser malo. A veces, mantener el misterio es lo que hace que las cosas fluyan. La curiosidad y la búsqueda de la verdad nos despiertan la cabecita y nos llevan por sendas que normalmente no recorreríamos. Todo eso que haríamos por conseguir lo que queremos se quedaría en nada, ni lo formularíamos.

¿Qué camino elegir? ¿Aquel que nos muestra tal y como somos? Con todas las consecuencias negativas. Se van las sorpresas y viene la debilidad que puede suponer que se sepa demasiado de ti. ¿Escondernos de todo y vender nuestra vida en fascículos? Podemos alejarnos demasiado de lo que nos rodea y encerrarnos en nuestros secretos.

El problema se plantea de nuevo cuando ya has probado uno de los dos, no te ha ido bien, pruebas el otro y tampoco. ¿Qué será lo correcto? ¿Qué mantendrá el equilibrio de lo que se debe o no saber? ¿Cómo encontrarte si ya has explorado todas las opciones y lo único que te queda es un trozo de papel y miles de preguntas?

Llega un momento que lo único que hay de verdad en nosotros son las preguntas.
La mayoría sin respuesta aún, ni nunca.