Ir río arriba. En busca de un agua más fría, más pura. Allí donde esta vence a la tierra.
Buscar con las manos las grietas por donde todo fluye. Trepar hasta que duelan los brazos y se haga difícil respirar. Saltar y caer como una bomba de aire en los reinos del frío.
Frío en la superficie, calor en el interior y silencio por todas partes. Ese silencio que es tan profundo que calla a las voces de la cabeza.
Seguir el camino hacia el centro de la tierra, donde todo se hace más oscuro. Algo tendría que haber pasado en todos esos siglos de agua goteante.
Notar que el aire se pelea por salir. Notar cómo lo hace. Forzar unos segundos más sin lo necesario, la única cosa que arriesgarías. Buscar una roca. Impulsarse hacia la luz. Notar toda esa velocidad, cómo se aparta lo que hay delante.
Salir.
Y miles de explosiones en el pecho dan la bienvenida al oxígeno. Las gotas recorren desde el pelo hasta los labios, dibujando los contornos de todo. Vuelta a casa.
Mirarse de nuevo. Las manos ensangrentadas por culpa de los bordes afilados. En el interior del pecho todo retumba. Hay dolor, pero no es malo. Acalla al resto. Sólo es otro grito. Pero se sabe que tiene solución. Un poco de descanso dejándose flotar. Mitad un elemento, mitad otro.
Ojalá se pudiera ser como el agua.
Sin pasado.
Con futuro incierto.
Descubriendo cómo seguir adelante.
