Cuando le hemos dado tantas vueltas a las cosas que ya no nos encontramos, ¿cómo volvemos al principio? ¿Dónde está el botón del reset? Que ya va siendo hora de dejar de dar vueltas en la cama todos los días y no encontrar solución.
No sé cuándo empecé a frenar lo básico, lo que me hacía ser yo. Ahora sólo queda un pequeño animalillo asustado, que de vez en cuando abre los ojos, abre la boca, pero calla y otra vez al escondite.
Eso de saber qué decir en cada momento es demasiado difícil. ¿Qué hago? ¿Digo algo? ¿Callo? ¿Abrazo? Lo no esperado me hace demasiado débil. Y las personas. Uff, las personas... ¿Qué narices tenemos que nos molestamos los unos a los otros? A buenas o a malas. Pesados.
Y cuando lo que ves está demasiado cercano y te lo habías negado, ¿qué? ¿A quién se lo explicas? La conversación se convierte en un espejo. Dos voces y lo mismo que decir. Rabia compartida. Ninguna con respuesta, pero ambas asintiendo. Eso ya sí que es el colmo. La persona que te puede ayudar es la que tiene tu mismo problema.
Ya sólo queda esperar. Que algún día ya no haya preguntas. Sólo alguna rabieta contenida.
Puede ser lo malo de que nos juntemos con gente como nosotros. Que llega un momento en el que no te van a decir nada que no te hayas dicho tú, y al contrario.
Si un día nos despertamos sonriendo.
Si un día decimos adiós al pasado.
Si un día crecemos.
