La lluvia juguetea con las hojas de las palmeras. Como el preciado elixir que es, se desliza suave pero rápidamente por los contornos del tronco. La corteza se presenta como un reto. Sigue lloviendo. El silencio hoy ha desaparecido. La luz de luna se esconde tras las nubes. Será una noche sin estrellas, sólo los brillos en las miradas de las víctimas de la oscuridad iluminarán los rincones. Huir y esconderse de algo que pedimos. Típico.
Mientras, en algún rincón del mundo, de nuestros recuerdos, los fuegos artificiales decoran con sus llamas el cielo. Pequeñas luces compiten con las estrellas por la atención de los terrestres. Los colores se arremolinan en el viento y surge el milagro. Ojos que evitan parpadear. Manos entrelazadas que se buscan aunque ya se tienen. Y entre los estallidos, la belleza los recorre a todos, sin dejarse explicar.
Un mismo día y tan distinto para dos personas. Tal vez la bipolaridad no sea algo malo. Puede que sea lo normal, desconcertarnos. Todos jugamos con todos y ni nos damos cuenta. Pero este no es el camino que queremos. Necesitamos uno estático. Siempre diciendo que de ser como los demás y resulta que ya lo somos, cada uno perfectamente distinto del otro, como es natural. Queremos poner ese orden a las cosas cuando deberíamos quitárselo.
Seamos y no seamos como los demás. Únicos.
